martes, 31 de mayo de 2011

Negativos




"Desde el dormitorio de Tomás se ve la ventana del salón de Carlota; aún hay luz. Tomás se la imagina tumbada en el sofá, sumergida bajo una manta y con una copa de pacharán en la esquina de la mesa, con el mando de la televisión en la mano y pasando veloz por las teletiendas, por el decorado de las noticias, por delante de actrices desnudas y detrás de asesinos ensangrentados, saltando de puntillas por frases entrecortados, saltando de puntillas por frases entrecortadas como piedras en el agua ; se la imagina inmóvil, en un carrusel de zapping hasta dar con una tanda interminable de anuncios en la que detener el vacío que gira en la noche y en su corazón; se la imagina buscando historias en los gestos de la mujer del champú o en las manchas que no logran sacar los detergentes de otras marcas, como cuando, juntos, miraban los negativos y jugaban a interpretar las imágenes antes de ver las fotos de la playa. Se la imagina frente al televisor, sin parpadear, ante imágenes que escurren de la pantalla como lágrimas.
Tomás y Carlota se conocieron junto al kiosco de la plaza cambiando cromos de Mundo Salvaje; se conocieron hace tanto tiempo que si volvieran a encontrarse con los cromos en la mano ya no podrían reconocerse, como el verano en esos negativos sobreexpuestos donde todo no era más que un juego de manchas y colores. Carlota y su máquina de fotos siempre encima, como si ese azul oscuro fuera su único y verdadero ojo y no aquellos marrones, casi amarillos de tan claros, que tanto le gustaba mirar a Tomás. Carlota nunca positivaba los negativos en los que salían ellos; “Nosotros no nos revelamos”, decía y después repartía esos negativos con Tomás como los cromos de Mundo Salvaje. Tomás y Carlota, sin rozarse ni tomarse nunca de la mano, cómplices, confidentes  y amigos inseparables; Carlota y Tomás de casa al instituto, de casa a la facultad, siempre por las mismas aceras hasta que a ella se le quedó pequeña la ciudad.
Desde las habitaciones de los hoteles Carlota veía las calles de Londres y Nueva York: lluvia, niebla y nieve entre taxis, sirenas y muchedumbre con la que no pudo nunca acompasar sus propios pasos. En sus sueños, cuando estuvo muy lejos, siempre había alguien caminando a su lado, alguien dibujado en negativo a punto siempre de revelarse.
Ayer, junto a un semáforo, Carlota le dio de improviso dos golpecitos en el hombro a Tomás. Al principio le costó reconocerla, con ese corte de pelo y el tinte rubio. Él no sabía que ella llevaba ya más de un mes en la ciudad. Estuvieron charlando cinco minutos y se dieron dos besos antes de volverse a separar. Un negativo más sin revelar. En la casa vacía, delante de la televisión, la ciudad se hace absurda y el pacharán se acaba mucho antes que la noche.
Tomás sale a la calle: está cansado de imaginar. Si pudiera decirle, llamaría al portal de Carlota y la llevaría a recorrer las calles como cuando hablar era fácil y la vida sencilla, y en la plaza, al pasar junto a la estatua del rey, se cogerían de la mano y luego subirían a casa, como cuando vivían sus padres y subían a media tarde para oír música, y él sacaría aquella caja que dormía en el fondo de un armario llena de fotos, las fotos de todos esos negativos que él llevó a revelar cuando ella se fue.
Carlota está cansada, sin más. Si pudiera quedar con alguien y pasar el resto de la noche sin hablar…Desde su ventana se ve el dormitorio de Tomás: no hay nadie en su cama."