sábado, 20 de agosto de 2011

Ataque de hormonas


Imagínate que eres un chico. No un chico cualquiera, eso no. Un chico de esos que escasean, de los de libreta en mano y bolígrafo repleto de ideas. Un chico de los que se sientan en bancos olvidados a crear recuerdos. Un chico de mirada perdida y sonrisa encontradiza. Un chico de esos que no llegan.
¿Lo tienes ya? Bien, pues ahora sitúate. Tú, el chico que hemos imaginado, el chico tímido y esquivo, el chico soñador y romántico, el chico de la libreta de anillas... estás apoyado en una esquina. No una esquina común, eso nunca. Es un lugar con cierta magia porque, desde esa esquina, puedes ver el vaivén de dos calles concurridas... puedes cazar historias al vuelo, puedes jugar a olvidar o encontrar sonrisas...
Ya que estamos centrados viene la parte más difícil porque, te tienes que esforzar para imaginártelo, ahora entra en escena una chica... pero no es una chica más, no es una chica común... es una chica de esas que te enamora con un pestañeo. La clase de chica que has soñado conocer toda tu vida. Con esa mirada que detiene el tiempo y esos labios que parecen contener el cielo. Es una chica que podría coger tu corazón y pisarlo hasta partirlo. Es una chica que, también, podría echar betadine a todas tus heridas. Una chica de las que no deja indiferente, una chica que lo es todo o nada.
Ahora dime, ¿qué le dirías?

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